¡Hola, mamá! Bienvenida a este rincón de madresreales.es, tu casa. Hoy quiero hablarte de algo que, estoy segura, nos ha pasado a todas más de una (y de cien) veces: esa punzada de frustración cuando las cosas no salen como habíamos planeado. Uf, solo escribirlo ya me trae recuerdos. ¿Te suena? Esa sensación de querer tirar la toalla (o esconderte en el baño con una tableta de chocolate) cuando tus planes cuidadosamente elaborados, esos que llevabas días o semanas imaginando, se desmoronan como un castillo de naipes ante el primer soplo de realidad infantil.
Es como si la maternidad viniera con una cláusula en letra pequeña que dice: «Tus planes son solo sugerencias, el bebé/niño/adolescente tiene la última palabra». Y aunque a veces nos lo tomamos con filosofía, otras… otras simplemente nos desborda. Y está bien. Es normal sentirse así. Porque detrás de cada plan hay ilusión, hay esfuerzo, hay ganas de darles lo mejor. Y cuando no sale, duele. Así que, si estás en uno de esos días, sírvete un café (o lo que necesites), ponte cómoda y hablemos de ello, de madre a madre.
La Tiranía de la Expectativa: Mi Primer Encuentro (Brutal) con la Frustración
Recuerdo con una mezcla de ternura y horror los primeros meses con mi primer hijo. Yo, ilusa de mí, venía con un máster en «cómo ser la madre perfecta» sacado de libros y blogs idealizados. Uno de mis grandes «proyectos» fue nuestra primera salida «larga» al parque. ¡Qué emoción! Preparé una cesta de picnic digna de Pinterest: sándwiches cortados con formas, fruta pelada y troceada, una mantita monísima, hasta un libro de cuentos para leerle bajo un árbol frondoso. En mi cabeza, era una escena idílica: bebé feliz, mamá relajada, sol radiante.
La realidad fue… digamos, diferente. 😅 A los cinco minutos de llegar, mi bebé decidió que el césped era lava, el sol demasiado brillante y mi voz, al parecer, irritante. Empezó un llanto desconsolado que nada calmaba. Intenté el pecho, el porteo, cantar… nada. Para rematar, un cambio de pañal se convirtió en una «poop-explosión» de las que hacen historia, manchándonos a los dos y, por supuesto, la mantita monísima. Mientras recogía el desastre entre lágrimas (las suyas y casi las mías), empezó a chispear. ¡Lluvia! Corrimos al coche, empapados, con el picnic intacto y mi moral por los suelos. Ese día, aparcada en la puerta de casa, lloré. Lloré de frustración, de cansancio, sintiéndome la peor madre del universo. «¿Tan difícil era pasar una mañana agradable en el parque?», me preguntaba.
Ese fue solo el primero de muchos «planes fallidos». Cumpleaños con tartas que acabaron en el suelo, vacaciones soñadas interrumpidas por fiebres inoportunas, tardes de manualidades que terminaban en batallas campales de pintura… Cada uno, una pequeña espinita de frustración.
¿Por Qué Nos Frustramos Tanto? Desmontando el Mito de la Madre Perfecta
Con el tiempo, y muchas charlas con otras madres (¡benditas tribus!), empecé a entender de dónde venía tanta frustración. No era solo por el plan en sí, sino por todo lo que había detrás.
- Las expectativas irreales: Vivimos bombardeadas por imágenes de maternidades perfectas en redes sociales, en la publicidad… Parece que todas las demás lo tienen todo bajo control, que sus hijos siempre sonríen y sus casas están impolutas. Compararnos es inevitable, y la vara siempre parece demasiado alta.
- Nuestro propio perfeccionismo: Muchas somos autoexigentes. Queremos hacerlo todo bien, ser la mejor madre, la mejor pareja, la mejor profesional… Y cuando algo se sale del guion, sentimos que hemos fallado. Si este sentimiento te resuena mucho, quizás te interese leer sobre cómo gestioné la culpa materna, porque a menudo van de la mano.
- El deseo genuino de darles lo mejor: No nos engañemos, gran parte de esa planificación viene de un amor inmenso. Queremos que nuestros hijos disfruten, que aprendan, que tengan experiencias bonitas. Y cuando eso no se materializa como esperábamos, la decepción es grande.
- La falta de control (¡bendita y maldita!): La crianza es, por definición, impredecible. Los niños son seres humanos con sus propios ritmos, necesidades y emociones. Pretender tenerlo todo controlado es una receta segura para la frustración. Ellos no son pequeños robots programables, por mucho que a veces lo deseáramos en un momento de caos. 🤔
Mi Kit de Supervivencia (Imperfecto) para la Frustración Materna
A base de ensayo y mucho, mucho error, he ido recopilando algunas herramientas que me ayudan a gestionar esos momentos en los que la frustración llama a la puerta (o más bien, la tira abajo). No son fórmulas mágicas, y hay días que no me funciona nada, pero son mi pequeño salvavidas:
- Respirar (Literalmente y en Mayúsculas): Suena a tópico, lo sé. Pero cuando siento esa bola de fuego subiendo por el pecho, parar un segundo, cerrar los ojos (si puedo) y hacer tres respiraciones profundas, a veces, solo a veces, me da ese margen para no explotar. Es como pulsar el botón de pausa. No siempre lo consigo, pero cuando lo hago, la diferencia es notable.
- Bajar el Listón (¡y un Poco Más!): Este ha sido mi mayor aprendizaje. Mis expectativas eran, a menudo, el verdadero problema. ¿De verdad era imprescindible que el bizcocho casero para el cole quedara perfecto? ¿Era vital que la excursión del domingo saliera sin un solo contratiempo? La respuesta, casi siempre, es NO. Empecé a buscar el «suficientemente bueno» en lugar del «perfecto». Y oye, ¡qué liberación!
- Validar MI Emoción (y la Suya, si Procede): Durante mucho tiempo me castigaba por sentirme frustrada. «No deberías enfadarte por esto», me decía. ¡Error! Ahora me permito sentirlo. Me digo: «Es normal que estés frustrada, tenías muchas ganas de que esto saliera bien». Y, curiosamente, al darle espacio, la emoción suele perder intensidad. También intento, cuando la frustración viene de un comportamiento de mis hijos, validar lo que ellos sienten (aunque no justifique la conducta). Un «entiendo que estés enfadado porque querías seguir jugando» puede obrar milagros (a veces).
- El Poder del Plan B (o C, o Z… o Ninguno): He aprendido que tener un plan demasiado rígido es como construir una casa en la arena. Ahora intento tener alternativas flexibles, o directamente, abrazar la improvisación. Si el parque está impracticable, ¿qué podemos hacer en casa? ¿Una guerra de almohadas? ¿Una sesión de cine con palomitas? A veces, los mejores momentos surgen de los planes que se tuercen. 😉
- Humor, Bendito Humor: Reírse de una misma, de las situaciones surrealistas que nos regala la maternidad, es terapéutico. Compartir esa anécdota desastrosa con una amiga que te entiende y acabar las dos a carcajadas… ¡eso no tiene precio! El humor relativiza y nos conecta.
- Enfocarme en lo Pequeño que SÍ Funcionó: Incluso en el día más caótico, si busco bien, siempre hay algo pequeño que salió bien. Quizás el desayuno fue tranquilo, o hubo un abrazo especialmente tierno, o conseguí ducharme cinco minutos seguidos. Aferrarme a esos pequeños «éxitos» me ayuda a no sentir que todo fue un desastre.
- Pedir Ayuda o Simplemente Desahogarse: No somos súper heroínas (aunque a veces lo parezcamos). Pedir ayuda a nuestra pareja, familia o amigos no es un signo de debilidad, sino de inteligencia emocional. Y si no hay ayuda disponible, simplemente llamar a una amiga y soltar todo el chaparrón de frustraciones puede ser increíblemente sanador. Saber que alguien te escucha sin juzgar es un bálsamo.
Cuando la Frustración se Convierte en Oportunidad (Sí, de Verdad)
Aunque suene a frase de taza motivacional, he descubierto que estos momentos de frustración, una vez que la tormenta amaina un poco, pueden traer regalos inesperados.
- Resiliencia para todas: Cada plan fallido que superamos, cada momento de frustración que navegamos (como podemos), nos hace un poquito más fuertes, más flexibles, más resilientes. Y esto no solo nos beneficia a nosotras, sino también a nuestros hijos.
- Modelos reales, no perfectos: Nuestros hijos aprenden viéndonos. Si nos ven gestionar nuestros «fracasos» y nuestras frustraciones con (al menos un poco de) gracia y adaptación, aprenden que equivocarse es parte de la vida, que no pasa nada si las cosas no salen como queríamos, y que siempre se puede encontrar una alternativa o, simplemente, aceptar la situación. Les enseñamos que la vida no es un camino de rosas, pero que tenemos herramientas para seguir adelante.
- Conexión desde la imperfección: A veces, cuando los planes se desmoronan, surgen oportunidades inesperadas de conexión. Aquel día del picnic fallido en el parque, acabamos haciendo una «fiesta de mantas» improvisada en el salón, comiendo los sándwiches en el suelo y riéndonos del desastre. Fue un momento mucho más íntimo y divertido de lo que hubiera sido el picnic «perfecto». ✨ A veces, la magia está precisamente en soltar el control.
No Estás Sola en Esto, Mamá
Así que, mamá, si hoy sientes que tus planes se han ido al garete, que la frustración te ahoga y que estás a punto de colgar la capa de «supermamá» (que, por cierto, no existe), respira hondo. Recuerda que es normal, que es válido y que no estás sola en esto. Todas hemos estado ahí. Todas hemos sentido esa mezcla de rabia, impotencia y tristeza.
La maternidad real está llena de estos momentos, de curvas inesperadas y de planes que saltan por los aires. Y aprender a bailar con esa incertidumbre, a abrazar la imperfección (la nuestra y la de nuestros hijos), es quizás uno de los mayores aprendizajes. No se trata de no volver a hacer planes, sino de hacerlos con el corazón abierto y la mente flexible, sabiendo que lo más importante no es el plan en sí, sino las personas con las que lo compartimos y el amor que ponemos en ello. ❤️
Estamos juntas en este viaje, aprendiendo a navegar este maravilloso y caótico océano llamado maternidad, un plan fallido y una lección aprendida a la vez. ¡Mucho ánimo!
Y tú, ¿cuál ha sido tu mayor «planazo» que se fue al traste? ¿Qué trucos o estrategias te funcionan a ti para gestionar la frustración en el día a día? Me encantaría leerte en los comentarios. ¡Compartir nuestras experiencias nos enriquece y nos hace sentir menos solas! 💪
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