Dicen que la maternidad te cambia. Y vaya si lo hace. Te cambia el cuerpo, las prioridades, la perspectiva de la vida… y el humor. Sobre todo, cuando el sueño se convierte en un bien de lujo, en ese tesoro perdido que anhelas con cada fibra de tu ser. Hoy quiero hablaros de algo muy real, algo que muchas vivimos en silencio o con culpa: cómo la falta de sueño afecta (y mucho) a mi humor. Y sí, ya os adelanto que no tengo la fórmula mágica, pero sí la necesidad de compartirlo, porque sé que no estoy sola en esto. ☕️
Recuerdo los primeros meses con mi bebé como una nebulosa constante. Había leído sobre las noches en vela, sobre el cansancio, pero una cosa es leerlo y otra muy distinta es vivirlo en tu propia piel. Lo que no me esperaba tanto era cómo esa privación de sueño crónica iba a convertir mis días en una montaña rusa emocional, con tendencia a la bajada en picado hacia la irritabilidad. De repente, la persona paciente y generalmente optimista que creía ser, se había transformado en una versión de mí misma mucho más susceptible, con la mecha cortísima.
La Cruda Realidad: Cuando el Cansancio Dirige la Orquesta
Hay mañanas, después de una noche de múltiples despertares, en las que siento que me levanto con el pie izquierdo, derecho y todos los que pudiera tener. El simple sonido del despertador (si es que he conseguido dormir lo suficiente como para que suene antes de que el bebé reclame su toma) ya me pone de mal humor. Y a partir de ahí, es como si todo conspirara para ponerme a prueba.
El desayuno que se derrama, el niño que no quiere vestirse, el tráfico para llegar al trabajo o a la guardería… cosas que en otro momento podría haber gestionado con más calma, se convierten en detonantes. Me encuentro suspirando más de la cuenta, contestando con menos paciencia de la que me gustaría, e incluso, lo admito, a veces alzando la voz más de lo necesario. Y luego, claro, llega la culpa. Esa vieja amiga de la maternidad que siempre está ahí para recordarte que podrías haberlo hecho mejor.
La falta de sueño no es solo tener ojeras o bostezar durante el día. Es una niebla mental que lo dificulta todo. Tomar decisiones sencillas se vuelve un mundo, recordar dónde dejaste las llaves es una hazaña épica, y mantener una conversación coherente puede ser un desafío. Pero lo peor, para mí, es cómo afecta a mis relaciones. Con mi pareja, porque la paciencia escasea para ambos cuando el cansancio aprieta. Y sobre todo, con mis hijos. Ellos no entienden de noches toledanas, solo ven a una mamá que está más seria, más tensa, menos dispuesta a jugar o a tolerar la típica trastada infantil. Y eso, amigas, duele. Duele mucho.
¿Por Qué Nos Pasa Esto? No Eres Tú, Es Tu Cerebro (y Tu Cuerpo)
Es importante recordar, y me lo repito a mí misma constantemente, que no somos «malas madres» por estar irritables cuando estamos agotadas. El sueño es una necesidad fisiológica básica, como comer o respirar. Cuando no dormimos lo suficiente, nuestro cerebro no funciona correctamente. Las áreas responsables de la regulación emocional, la toma de decisiones y el control de impulsos se ven afectadas.
No es que «queramos» estar de mal humor. Es que nuestro sistema está en modo supervivencia. Nuestro cuerpo y mente están pidiendo a gritos un descanso que, muchas veces, parece imposible de conseguir. Entender esto me ha ayudado un poquito a ser menos dura conmigo misma, aunque la lucha interna sigue ahí.
Mi Kit de Supervivencia (Imperfecto) para el Mal Humor por Cansancio
Como os decía, no tengo la solución definitiva, porque si la tuviera, probablemente estaría durmiendo plácidamente ahora mismo en lugar de escribir esto. Pero sí he ido encontrando pequeñas estrategias que, en los días buenos, me ayudan a navegar estas aguas turbulentas. Y en los días malos… bueno, en los días malos intento sobrevivir y recordar que mañana será otro día.
1. Aceptación Radical (o Casi):
Lo primero que intenté fue aceptar que esta etapa es así. Que habrá días en los que mi paciencia será inversamente proporcional a las horas que he dormido. Dejar de luchar contra esa realidad y de exigirme ser la madre perfecta y siempre sonriente me quitó un peso de encima. A veces, simplemente reconocer «hoy estoy agotada y mi humor no es el mejor» es el primer paso.
2. Pedir Ayuda (Sin Vergüenza, o con un Poquito):
Esto me costó, y a veces me sigue costando. Pero he aprendido que no puedo con todo sola. Si tengo la suerte de tener a mi pareja cerca, intento comunicarle cómo me siento y pedirle que tome el relevo un rato. «Cariño, necesito 15 minutos a solas, ¿te encargas tú?». A veces funciona, otras no tanto, pero pedirlo ya es un avance. También he recurrido a mi madre o a alguna amiga en momentos de desesperación. Una hora de ayuda puede marcar una gran diferencia.
3. Micro-Descansos Estratégicos:
Cuando dormir ocho horas seguidas es una utopía, aprendes a valorar los pequeños respiros. A veces, cuando el bebé duerme la siesta (si es que lo hace), en lugar de ponerme a limpiar como una loca, me obligo a sentarme. Solo sentarme. Quizás con un café, quizás simplemente cerrando los ojos cinco minutos. No es un sueño reparador, pero es un pequeño reinicio.
4. Priorizar el Sueño (Cuando se Puede):
Esto suena obvio, pero ¡qué difícil es! La tentación de aprovechar cuando los niños duermen para hacer «cosas de adultos» o tener un rato para ti es enorme. Pero he aprendido que, a veces, la mejor inversión es irme a la cama temprano, aunque la casa esté hecha un desastre o tenga mil correos por contestar. La frase «duerme cuando el bebé duerma» es un clásico, y aunque no siempre es factible, cuando lo es, intento aprovecharlo.
5. Comunicación, Comunicación y Más Comunicación:
Hablar con mi pareja sobre cómo me siento ha sido clave. Explicarle que mi irritabilidad no es un ataque personal, sino una consecuencia del agotamiento, ayuda a que él también entienda y tenga más paciencia. Y yo también intento ser comprensiva cuando él está cansado. Somos un equipo, y recordarlo en los momentos difíciles es fundamental.
6. Intentar «Bajar Revoluciones» (Aunque Sea Forzado):
En esas noches en las que el bebé por fin se duerme y yo estoy con los ojos como platos por la propia tensión acumulada, intento alguna pequeña cosa para relajarme. A veces es una infusión caliente, otras leer un poco (nada que me enganche demasiado), o simplemente respirar profundamente. No siempre funciona, pero al menos lo intento. Hay quien recomienda meditación o mindfulness; yo, siendo sincera, no siempre encuentro el momento ni la energía, pero reconozco que las pocas veces que he hecho ejercicios de respiración consciente, algo he notado.
7. Recordatorio Constante: «Esto También Pasará»:
En los peores momentos, cuando siento que no puedo más, me esfuerzo por recordar que la maternidad son etapas. Que las noches de múltiples despertares no durarán para siempre (o eso espero 🙏). Aferrarme a esa idea me da un poquito de perspectiva y esperanza.
8. Gestionar el Impacto en los Niños (Como Buenamente Puedo):
Esta es la parte que más me preocupa. Intento, cuando me doy cuenta de que he sido demasiado brusca, agacharme, mirarles a los ojos y pedirles perdón. «Mamá está muy cansada hoy y ha perdido la paciencia, lo siento». Explicarles de forma sencilla que mi mal humor no es por ellos, sino por mi cansancio, creo que les ayuda a entender y a no sentirse culpables. No siempre lo consigo, y hay días en los que la culpa me come por dentro, pero sigo intentándolo.
La Culpa, Esa Sombra Persistente
Y hablando de culpa… ¡ay, la culpa! Sentirse culpable por estar de mal humor con tus hijos cuando estás operando con reservas mínimas de energía es un clásico. Nos exigimos tanto, queremos ser esas madres pacientes, cariñosas y juguetonas 24/7. Pero somos humanas. Y el cansancio nos humaniza a la fuerza.
He aprendido, o estoy aprendiendo, a ser un poco más compasiva conmigo misma. A entender que sentirme irritable no me convierte en una mala madre, sino en una madre agotada. Y que reconocerlo y buscar pequeñas estrategias para sobrellevarlo es un acto de amor propio y, en última instancia, también hacia mi familia.
Un Abrazo Fuerte, Mamá Cansada
Si estás leyendo esto y asintiendo con la cabeza, quiero que sepas que no estás sola. Somos muchas las que luchamos día a día contra el monstruo del cansancio y su primo hermano, el mal humor. No hay soluciones mágicas, y lo que le funciona a una puede no funcionarle a otra. Pero compartir nuestras experiencias, nuestros pequeños trucos y, sobre todo, nuestra vulnerabilidad, nos hace más fuertes. 💪
Recuerda que estás haciendo un trabajo increíble, incluso en esos días en los que sientes que todo se desmorona. Prioriza tu descanso siempre que puedas, pide ayuda sin sentirte culpable y sé amable contigo misma. Esta etapa, con sus luces y sus sombras, también pasará. Y mientras tanto, aquí estamos, para entendernos y apoyarnos. ❤️
¿Y tú? ¿Cómo afecta la falta de sueño a tu humor? ¿Tienes algún truco que te ayude a sobrellevar esos días difíciles? ¡Me encantaría leerte en los comentarios! Compartir nuestras vivencias nos ayuda a todas. ¡Mucho ánimo, mamá! Eres maravillosa, incluso cuando estás agotada y de un humor de perros. 😉
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